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Los gigantes de Ath

 

 

 

El San Cristobal de Flobeq

 

 

 

Samson de Murau (Estiria)

 

Los Gigantes en Europa

  

  En el folklore europeo, tanto mediterráneo como nórdico, es muy frecuente la creencia en la existencia pasada o presente de gigantes de carne y hueso, pero en lo que respecta a los gigantes de madera y cartón, las primeras noticias de su presencia en los festejos populares las tenemos en Roma [1] donde el gigante Manducus, con su enorme boca que abría y cerraba rechinando los dientes, la vieja gigantona Petreia y la lenguaraz figura de Citeria, desfilaban en los juegos circenses y con motivo de las fiestas saturnales. Al gigantón Manducus (es decir  “Tragón”) lo mencionan Sexto Pompeyo y Plauto, y es el origen del Gargantúa medieval al que Rabelais, siguiendo las descripciones de estos autores, caracteriza  también con una boca enorme que abría y cerraba haciendo ruido con los dientes. Por lo que respecta la gigantona Petreia, se refiere a ella Cayo Graco, y a Citeria (especie de marioneta parlante), Catón en su Discurso contra Cecilio.

 

   Desaparecieron estas figuras al final del Imperio, al menos de la documentación conservada, pero reaparecieron, modificadas, en las procesiones del Corpus bajomedievales. Los estudios más recientes suelen considerar como el primer gigante del Corpus europeo al documentado en 1424 en el Llibre de les Solemnitats de Barcelona (Lo rei David ab lo giguant), a los que seguirían los casos belgas de Ninove, Geraardsbergen y Oudenaarde (1430, 1431 y 1433), el holandés de Bergen-op-Zoom (1447) y el portugués de Lisboa (1450). Ya en la segunda mitad del XV las noticias de gigantes de multiplican por toda Europa, aumentan en el XVI y en la centuria siguiente aparecen en la práctica totalidad de las ciudades y villas de importancia tanto en la Península como en el área flamenco-valona, italiana, austríaca y rusa.

 

  Hay, sin embargo, algunos testimonios anteriores de la presencia de gigantes, tanto en las procesiones Corpus como en otro tipo de festejos, que no han sido tenidos en cuenta o fueron rechazados por la crítica al basarse solo en tradiciones orales o en documentación hoy desaparecida. Creo, no obstante, que conviene examinarlos ya que son demasiados para tratarse todos de falsificaciones históricas y, considerados en conjunto, apuntan a una probable aparición de los gigantes procesionales a finales del siglo XIII o principios del XIV.

 

  Arnold Van Gennep en su Folklore de la Flandre et du Hainaut français (Département du Nord), menciona la existencia de un gigante en la fiesta de la Ducasse de Cambrai en 1220 (un grand mannequin représentant saint Géry). En la Península, el primer caso del que se tienen referencias es el de Alenquer (Portugal), donde se habla de un gigante en 1265. Se ha argumentado la escasa verosimilitud de la noticia -basada en la tradición historiográfica y no en documentos-, ya que la fecha es muy anterior a las primeras procesiones del Corpus de las que tenemos constancia, pero hay que tener en cuenta que en Alenquer el gigante no salía en el Corpus sino en la procesión del Espíritu Santo, y que en fecha tan temprana como 1282 ya se celebraba la procesión del Corpus en Portugal, precisamente a imitación de la de Alenquer y por tanto probablemente con gigantes. Así constaba en una pragmática del Rey Don Dinis en la que ordenaba que “as festas do Corpo de Deus principiassem a ser feitas no país, segundo as do Espírito Santo de Alenquer”. 

 

   Los documentos originales de Alenquer y Don Dinis han desaparecido, y podemos dudar de su existencia o de las transcripciones, pero tenemos un dato más de la misma fecha si nos fiamos del jesuita Francisco da Fonseca, el cual en su Evora gloriosa (1728), afirma que las procesiones del Corpus comenzaron en Évora en 1265, en la época del obispo Martín, con: “Gigantes, o Demonio, a serpe e o Dragão (...). Depois no ano de 1387 se introduziu levar na procissão a S. Jorge, a quem desde o tempo do Rei D. Fernando tinham apelidado nas batalhas como General das nossas armas…”.  Otro posible caso peninsular del siglo XIII, muy dudoso y avalado solo por la  tradición oral y literaria, es el de los tres gigantes pamplonicas Peru Suziales, su mujer Mari Suziales y el judío Jusef Lukurari que según se afirma habrían salido en la procesión de San Fermín de 1276.

 

  En el sigo XIV tenemos más noticias, aunque también problemáticas. Según Durán i Sampere, en 1391 figuraban ya en la procesión del Corpus de Barcelona Lo rey David ab lo giguant. En Nivelles (Valonia), se habla de un Goliat en 1357, y hay también referencias de un San Cristóbal en Amberes (Bélgica) en 1398. Todos estos casos, al igual que los primeros documentados fehacientemente en Cataluña y Flandes a comienzos del siglo XV, representaban al gigante bíblico Goliat y a San Cristóbal, santo al que la tradición hagiográfica tenía por un mocetón de “doce codos de estatura”. En ninguno queda claro que se tratase de figuras portantes con armazón de madera y cabeza postiza como los gigantes actuales, de modo que podría tratarse de hombres muy altos o sobre zancos, vestidos de manera apropiada como el San Cristóbal de Flobeq (Ath), o de figuras llevadas sobre ruedas o andas como el San Cristóbal de Redondela (Pontevedra), que pervivió hasta los años 60 del siglo XX. De acuerdo con la documentación conservada y como señala Varey: “la figura contrahecha del gigantón parece haber sido inventada en Sevilla o Barcelona, y probablemente data de las últimas décadas del siglo XV”.

 

   A la vista de estos datos, creo que hay que descartar definitivamente tanto las teorías orientalistas que buscan el origen de los gigantes europeos en la India y China, como las tesis, muy extendidas, que sostienen que los gigantes peninsulares fueron introducidos en Cataluña desde Italia por Alfonso V el Magnánimo, o desde Flandes en la época de Carlos I. Los gigantes hispanos son un producto autóctono surgido en las procesiones del Corpus a partir de las representaciones de gigantes bíblico-hagiográficos como Goliat y San Cristóbal, y, en el caso peninsular, no fueron importados sino que surgieron aquí y probablemente antes que en el resto de Europa, que quizá los conoció por influencia hispana. Sin embargo, es posible que la difusión que tuvieron en la Península los relatos del Triumphus Alphonsi en Nápoles (1443) y sus derivaciones (La presa di Granata y Il Trionfo de la Fama de Iacopo Sannazaro), y las descripciones de las Entradas y fiestas flamencas con gigantes (como la famosa fiesta del faisán de Lille (1454) o la Entrada de Felipe el Bueno en Mons en 1455), tengan algo que ver con la costumbre de hacerlos salir en las Entradas reales, costumbre que se mantuvo ininterrumpidamente en España hasta el siglo XX.

 

   Los gigantes Goliat y Cristóbal tuvieron amplia pervivencia en las procesiones, pero pronto se les unieron otras figuras, generalmente parejas de gigante/giganta que a menudo representan personajes históricos o alegóricos relacionados con la historia de la villa en la que salen (lo más habitual es que se trate de un rey y una reina, o una dama y un caballero). La primera referencia documental sobre una giganta en la Península proviene de Tortosa en el año 1548, y sobre la primera pareja de Toledo en 1560, si bien hay menciones anteriores de gigantes en plural y de parejas sin que quede claro si eran masculina/femenina.

 

Auge y Decadencia

 

   El siglo XVII parece haber sido el Siglo de Oro de los gigantes en la Península y prácticamente no hay descripción de una procesión del Corpus que no los mencione. Hacer una lista sería interminable, ya que aparecen datos en buena parte de las ciudades y villas de importancia. Aparecen también noticias en festejos patronales (Santiago, Pamplona…) y en las Entradas Reales, prueba de su popularidad de la que tenemos numerosos testimonios así como de la fascinación que, como en nuestros días, ejercían sobre niños y mayores. Todavía en la primera mitad del siglo XVIII vivieron los gigantes una etapa de esplendor, pero las ideas ilustradas y reformistas de la segunda mitad del siglo consideraron su presencia en los festejos religiosos un signo de superstición y reclamaron su desaparición.

 

  En 1777 el Rey Carlos III prohibió en Madrid los“gigantones, gigantilla y Tarasca” que “solo servían para aumentar el desorden y distraer o resfriar la Devoción de la Majestad Divina…” y, posteriormente, en respuesta a varias consultas sobre el ámbito de aplicación de la Real Cédula, amplió la prohibición a toda España y al resto de las festividades religiosas:

Que en ninguna iglesia destos mis Reynos, sea Cathedral, Parroquial o Regular, haya en adelante tales Danzas ni Gigantones, sino que cese del todo esta práctica en las Procesiones y demás funciones eclesiásticas, como poco conveniente a la gravedad y decoro que en ellas se requiere”.

  Las prohibiciones carolinas no acabaron, sin embargo, con los gigantes. Aunque en muchos lugares los gremios o las autoridades municipales que los tenían a su cargo no vieron con malos ojos estas disposiciones, porque los libraban de las molestias y los gastos que les ocasionaba su salida, en otros muchos sitios los gigantes se resistieron a desaparecer y se les desplazó a las fiestas cívicas o se recurrió a una triquiñuela legal situando los gigantes a cierta distancia de las procesiones. Así sucedió en Valencia donde la orden real se cumplió en 1781 y no salieron los gigantones en el Corpus, pero al año siguiente volvieron a desfilar abriendo la marcha algo distanciados de la procesión misma y, por tanto, sin incumplir la letra de la disposición real.

 

 Así siguieron saliendo en las procesiones de muchos lugares, pero en general a lo largo del siglo XIX se produce un desplazamiento general de los gigantones hacia las fiestas patronales y otras celebraciones ciudadanas. En ellas pervivieron hasta nuestros días, por toda la Península y en ibero América, a donde fueron transplantados por los colonizadores españoles y portugueses.

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[1] Precedentes de los gigantones romanos son las figuras de autómatas gigantes transportadas en carros que tenemos documentadas en el mundo helenístico (Alejandría, Nysa...) desde finales del siglo III a.C. En el caso de Nysa (ca. 280 a.C.), obra probablemente del famoso ingeniero e inventor Ctesibio, se trataba de una figura femenina de 8 pies de altura (3,50 mts.) que representaba a la ciudad. Procesionaba transportada en un carro tirado por sesenta hombres y era autómata ya que tenía un mecanismo que le permitía levantarse, hacer una libación de leche y volver a sentarse sin intervención humana. La conocemos por la descripción de Atheneo de Naucratis (Deipnosphistai, 198-F):
«Detrás de ellos, una carreta de cuatro ruedas, tirada por sesenta hombres, en la que había una estatua sedente de Nysa, de 3,50 metros de alto, vestida con un chitón amarillo bordado de oro y envuelta en un himátion lacónico. Esta estatua de Nysa se alzaba mediante un resorte mecánico sin que nadie la tocase, y volvía a sentarse tras derramar una libación de leche de una pátera de oro. En la mano izquierda sostenía un tirso atado con cintas. La figura estaba coronada de hojas de hiedra de oro y de racimos de uvas, hechas de piedras preciosas. La estatua tenía un dosel, y cuatro antorchas sobredoradas sujetas a las esquinas del carro».

 
 

Los gigantes de Douai

 

 

Carnaval de Colonia

 

 

Gigantas de Hastings (Sussex-UK) en el

  Jack in the Green Festival

 

 

 

 

 

 

Los Apóstoles-Gigantes de Aidone (Sicilia)

 

 

 

 

 

 

 

Giganta de fuego rusa en la Maslenitsa

 (carnaval ortodoxo)

 

© Julio I. González Montañés 2012-2017

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