La concepción de la muerte como un sueño, eterno o del que se despierta en el Más Allá, es frecuente en diversas épocas y culturas. En el mundo greco-romano es casi un tópico, y en él abundan la poesía y el arte. También la tradición judeo-cristiana mantiene esa idea, que cuenta con apoyo bíblico en medio centenar de citas entre las que destacan los libros de Daniel (12, 2) y de la Sabiduría (4, 7; 3, 2 y 5, 15). A pesar de ello, no son muchas las ocasiones en las que se hace visualmente explícita la idea del sueño en las estatuas funerarias.
Contando con algunos precedentes egipcios y fenicios de sarcófagos antropomorfos, parece que fueron los etruscos quienes crearon el tipo del difunto reclinado o acostado, frecuentemente con la mano en la mejilla para indicar el sueño, tipología adoptada más tarde por los escultores romanos en estatuas yacentes y semiyacentes que descansan apoyando la cabeza en una de sus manos. Sin embargo, los sepulcros de durmientes romanos no son demasiado frecuentes, solo aparecen en la propia Roma y en algún taller de Asia Menor, y desaparecieron en el siglo II sin apenas dejar rastro hasta que su tipología fue recuperada a principios del siglo XVI por el escultor italiano Andrea Sansovino, extendiéndose entonces por buena parte de Europa el gusto por los yacentes acodados a la etrusca.