Moros y Cristianos en Galicia
Representaciones en Galicia
Ya he mencionado que en Galicia perviven en la actualidad siete casos de representaciones de Moros y Cristianos, seis de ellas representadas anualmente (Laza, A Franqueira, A Saínza, Trez, Retorta y Mouriscados), y la de Mouruás esporádicamente. En su forma actual ninguna de ellas puede remontarse más atrás de la segunda mitad del siglo XIX y alguna, como la de Mouriscados (Mondariz-PO), es bastante reciente, de los años 50 del siglo XX. Sin embargo existen indicios de la antigüedad de estas fiestas, que en forma de danza o historia mimada tenemos documentadas desde el siglo XVI en Compostela y desde principios del XVII en otras localidades como Vigo o Ribadeo. Además de esas pervivencias, tenemos noticias de otras muchas representaciones que en la actualidad han desaparecido: Vicente Risco menciona nueve en sus trabajos, Taboada Chivite doce, y X. Manuel González Reboredo veinticuatro en un libro reciente (2019), fruto de un gran trabajo de campo y de investigación bibliográfica. Por mi parte, he podido conseguir noticias de una docena más, algunas muy interesantes como la Naumaquia morisca que se hacía en Pontevedra al menos desde el siglo XVIII, la Batalla de Clavijo representada en A Coruña en 1789 o las representaciones de Santa Tegra de Abeleda (Castro Caldelas-OU) y Magros (Beariz-OU), que se hacían en el carnaval y estaban todavía vivas en la década de 1930.
El caso pontevedrés es de gran interés ya que documenta la única representación naval gallega de Moros y Cristianos, y explica la utilización de carros simulando naves en algunas representaciones posteriores del interior de Galicia (cf. Bentraces). Dichos navíos moros o turcos se justifican, a mi entender, por el impacto que tuvo la presencia de piratas turcos y berberiscos en las costas gallegas desde el siglo XVII, de manera que en el imaginario popular los moros ya no venían a caballo del sur de la Península, como en la Edad Media, sino que llegaban en barco cruzando los mares. Fray Martín Sarmiento en su Glosario en que se trata del origen, antigüedad, etimologías y esplendor de la lengua gallega (ca. 1746), describe la representación pontevedresa en los siguientes términos:
"Las circunstancias del tiempo de la dicha feria eran muy singulares. Es patrono de Pontevedra San Bartolomé, y en cuyo honor hay allí una congregación de la gente más florida, y todos se esmeraban en costear cada año unas magnificas fiestas, con todo genero de regocijo, y a las cuales concurría la mayor parte de Galicia, y por regla general todos los ociosos de otras partes (...) Pero las dos fiestas de mar que concurrían al mismo tiempo eran privativas de aquel pueblo; una era la que llamaban morisca y se reducía a una batalla naval a vista del muelle y puente en una espaciosa playa. Se formaban dos escuadras, una de cristianos y otra de moros, adornados los pataches como si fuesen navíos de línea, y después, preparados al combate, acometían, disparaban, aferraban, etc., y siempre la escuadra de moros quedaba vencida, y destrozada y aprisionada su tripulación".
En la foliada 4ª de A gaita gallega (dedicada a Pontevedra), Xoán Manuel Pintos, que conocía las noticias de Sarmiento, intercala una descripción versificada de las fiestas patronales de la ciudad, que presenta como desaparecidas "no hace mucho". En ella se refiere también, con más detalle, a la naumaquia morisca mencionada por Sarmiento, que debió de pervivir hasta las primeras décadas del XIX. Pintos nos informa del uso abundante de fuegos y bombas de palenque, y de la existencia de un pregonero que probablemente narraba la batalla, terminando con el anuncio de la victoria cristiana y el apresamiento de los moros que, atados de manos, desfilaban en la procesión. Los versos que Pintos pone en boca del pregonero, entrecomillados, como cita, son en gallego; pero es imposible saber si eran realmente los que pronunciaba el pregonero, ni, de ser así, si eran originalmente en gallego o Pintos los tradujo:
«Ja os mouros van de vencida
Po los nosos mariñeiros.
Que levan rindo á bandeira
Do Santísimo Sacramento.
Velos ahí van po la Barca
Todos eles en cabelo
As mans atadas nas costas
Todos feitos prisioneiros.
Quedan no mar espallados
Mil encarnados chalecos
Anchos calzos, sabres combos
E mil turbantes luneiros».
Es posible, aunque parece poco probable, la existencia de una relación entre las luchas de Moros y Cristianos y la mitología popular del noroeste peninsular que afirma la existencia de mouros y mouras que habitan bajo castros y mámoas, en muchos casos habiendo sido sus constructores y siempre considerados como guardianes de tesoros escondidos, frecuentemente protegidos por hechizos. La mayoría de los etnógrafos y antropólogos consideran que estos mouros míticos son fenómenos de alteridad que refuerzan la identidad de las sociedades campesinas tradicionales por oposición a los otros (los mouros), siendo por tanto una construcción cultural y simbólica generada por el pueblo para autoafirmarse y explicar un pasado testimoniado por los registros arqueológicos, de manera que el mito de los mouros funciona también como un discurso histórico (cf. QUINTÍA PEREIRA (2012), p. 19). No obstante, y a pesar de que la historiografía tradicional sostenía que los musulmanes solo tuvieron una presencia efímera y esporádica en Galicia y en las restantes regiones del norte peninsular, en las últimas décadas se ha revisado esa afirmación (cf. GONZÁLEZ PAZ (2004), destacando el impacto de la presencia musulmana en el área noroeste, y algunos etnógrafos como el portugués Alexandre Parafita han pensado que los mouros de la mitología gallega, portuguesa y asturiana podrían ser en realidad los moros árabes y bereberes que invadieron la Península a principios del siglo VIII.
Son estos los invasores a los que se alude en las abundantes representaciones de la Batalla de Clavijo y en aquellas basadas en las historias del ciclo carolingio como la de Mouruás o la de Redemuiños. En el siglo XVII en algunas localidades los mouros se convierten en turcos que llegan en barcos
como consecuencia del impacto que tuvo la batalla de Lepanto y la presencia de piratas turcos y berberiscos en las costas gallegas. El episodio más dramático y conocido de esas incursiones fue el saqueo e incendio de Cangas en 1617 por una escuadra turco-berberisca (moros y turcos dicen las fuentes de la época), después de haber fracasado en su intento de desembarcar en Bouzas y Vigo. Posteriormente, el merodeo de los corsarios de Argel en las rías gallegas fue constante a lo largo de la centuria, desembarcando frecuentemente en las islas atlánticas (especialmente en las Cíes) para aprovisionarse de agua y saquear las poblaciones costeras. En 1618 hay noticias de ellos en Cariño (A Coruña) apresando mercantes, lo mismo que en 1619 en Baiona y Redondela, donde capturaron a algunos pescadores. En el mismo 1619 desembarcaron en Fisterra y saquearon la villa llevándose numerosos prisioneros, en 1622 apresaron a algunos vecinos de Camariñas, en 1623 arrasaron Corrubedo, en 1637 saquearon la isla de Sálvora, en la ría de Arousa, llevándose como esclavos a la mayoría de sus habitantes...., etc. Estas circunstancias explican la presencia de barcos, reales o en forma de carrozas, en algunas representaciones, así como las Mascaradas de Turcos documentadas en Pontedeume, lo mismo que varias representaciones del norte de Portugal en las que los turcos son los protagonistas: Auto de Santo António de Portela Susã (Viana do Castelo), Baile dos Turcos de Penafiel y Auto da Turquia de Crasto (Ribeira, Ponte de Lima).
En el siglo XVIII los corsarios turco-berberiscos desaparecieron de las costas gallegas y se firmaron acuerdos de paz con Marruecos y el Imperio otomano, pero los turcos siguieron vivos en el imaginario popular y Turquía fascinaba por su exotismo. En A Coruña, por ejemplo, en el curso de los festejos que se hicieron con motivo de la proclamación como Rey de Carlos IV en 1789, el gremio de alquiladores hizo una danza en la que "figuraban con oportunos trages la entrada del Embaxador Turco en Madrid", y las Danzas de Turcos debieron de ser algo relativamente frecuente en la ciudad ya que hay noticias de una en 1833 con motivo de la proclamación de Isabel II bajo la Regencia de María Cristina (cf. Narración sencilla de los festejos públicos celebrados en los días 19, 20, y 21 de noviembre de 1833... por el feliz motivo de la proclamación de la Reina... Doña Isabel 2ª, Imprenta de Pascual Arza, A Coruña s. d. [1833], p. 13. Disponible).
Del mismo modo, es probable que las guerras de África de finales del XIX y principios del XX revitalizaran las antiguas representaciones de Moros y Cristianos. Demetrio Brisset señaló este hecho hace tiempo en relación con la generalidad de las fiestas peninsulares, y en Galicia González Reboredo ha encontrado indicios de lo mismo en varios lugares, especialmente en Mouruás, donde uno de los moros de la Batalla se llama Muliabás, variante popular del nombre de Muley-el-Abbás, hermano del sultán de Marruecos durante la guerra hispano-marroquí de 1850-60 (Muhammad ibn ‘Abd al Rahman), la cual tuvo una amplia difusión en la prensa de la época y popularizó a personajes como este líder marroquí, derrotado por el general Prim y firmante del Tratado de Wad-Ras que puso fin a la denominada Primera Guerra de África.
También la Guerra del Rif, o Segunda Guerra de Marruecos, propició algunas representaciones ocasionales como la que se hizo en Rianxo en 1912: una pantomima carnavalesca -muchas representaciones gallegas de Moros y Cristianos se hicieron en el entroido-, en la cual los cristianos eran una comparsa de niños, denominada Triunfera y dirigida por el joven Ramón Losada Castañola, y los moros un grupo de jóvenes y adultos vestidos con chilabas de rifeños y encabezados por el popular Sarrulo. Ambos grupos
se enfrentaron en el campo de Rinlo (=Melilla) con victoria de los infantes cristianos que rompieron a golpes sus estoques de caña sobre las espaldas de los moros. Similar es el caso de la representación del entroido de Carballal, documentada por Vicente Risco a principios del siglo XX.
Rasgos comunes
En la mayoría de los casos gallegos, la representación consiste en un enfrentamiento en grupo que incluye desfile de las huestes a caballo, arengas del capitán cristiano, diálogo entre cabecillas, lucha primero a cañonazos y luego cuerpo a cuerpo, y victoria cristiana que concluye con la conversión de los musulmanes, aunque hay algunos casos en los que la representación es simplemente un diálogo entre un moro y un cristiano como en Laza, A Franqueira o Mouriscados. En muchos casos la trama se centra en el intento de los moros de apoderarse de la imagen de un santo o de la Virgen -para destruirla-, lo mismo que sucede frecuentemente en el resto de la Península, sin duda como reflejo de la percepción cristiana del aniconismo del Islam. Los textos conservados en Galicia son de los siglos XIX y XX, la mayoría en castellano o en castrapo aunque actualmente en algunos casos se han traducido al gallego.
Es frecuente el uso de abundante pólvora: cohetes, cañones de fogueo y antiguamente también arcabuces y mosquetes. El vestuario actual es en casi todos los casos "de época", confeccionado por los vecinos o comprado en casas especializadas, pero antiguamente se utilizaban uniformes militares de diversas épocas para los cristianos, o, simplemente camisas blancas y corbatas, y túnicas o chilabas para los moros, y las antiguas representaciones gremiales gallegas de Moros y Cristianos corrían en general a cargo de los sastres, quizá porque eran los más capacitados para confeccionar el vestuario. En varias localidades los cabecillas de ambos bandos van a caballo, y en algunas también buena parte o la totalidad de los cristianos y los moros. Ya hemos visto que se utilizaron barcos y carrozas, y también un mínimo de atrezo: palcos, tiendas para los jefes, castillos de madera o de piedra (como en A Saínza), escudos, espadas de madera o metal...
En el caso de A Saínza hay que destacar la teatralidad de la representación, con sus diálogos, cortos pero bien trabados, sus arengas y una notable escenografía que incluye un castillo de piedra que defienden los moros, vestuario adecuado, desfiles a caballo y abundante uso de la pirotecnia incluyendo cañones. Para Touceda Fontenla, la escena final con los musulmanes prisioneros, humillados y arrepentidos postrados a los pies de la imagen de la Virgen de la Merced, podría derivar de un antiguo Auto Sacramental, y sabemos que en el siglo XIX la representación tenía más ingredientes teatrales, hoy perdidos, como los llantos arrepentidos de los moros que movían la compasión del público que solicitaba el indulto de los cautivos, los cuales eran efectivamente perdonados e invitados a la comida de la romería.