Juglaresa. Miniatura del
Cancioneiro da Ajuda
¿Danza de
Salomé? Ms. Amiens 78D40, fol 108r. 1323. Petrus de Raimbaucourt.
Bailarina
en la cuarta fase del baile. Mocheta de Sobrado de Trives-OU. |
Juglaresas o juglaras
Me
he referido anteriormente al movimiento de rehabilitación parcial de los
juglares que tiene lugar desde el siglo XII, pero este, al parecer, no
alcanzó a las juglaresas o juglaras, a las que los textos gallegos se refieren
con diferentes nombres (soldadeiras, danzadeiras, cantadeiras...),
casi siempre para denostarlas y condenarlas aunque su atractivo debió de
ser grande, a juzgar por la larga pervivencia de sus espectáculos y las
disposiciones de sínodos y concilios que insisten en recordar a los
clérigos que no deben de frecuentar su compañía ni alojarlas en sus
casas.
Aunque la mayoría de los textos,
procedentes de medios eclesiásticos, nos presentan a juglaresas y
cantadeiras como mujeres de mala vida y baja extracción social, la
danza y la música no eran patrimonio exclusivo de juglaresas populares.
Sabemos que María Balteira, famosa soldadeira protagonista de
dieciséis cantigas de escarnio, era de origen noble, y quizá por eso el
imaginario popular encontró la manera de salvarla, suponiéndola
arrepentida y penitente en los últimos años de su vida y enterrada en el
monasterio cisterciense de Sobrado. Nobles eran también, sin duda, los
coros
de venerables mujeres que, ricamente ataviadas, acompañaron a Alfonso VII en Compostela en la procesión de la fiesta de la Traslación de
Santiago, y de familia acomodada debió de ser así mismo la Mayor Pérez
cantatrix que en 1228 deja en su testamento una heredad a la
catedral de Lugo a cambio de una misa anual.
Es importante
destacar el papel que desempeñó la mujer en la lírica gallega, mucho más
significativo que en Provenza, y la participación de las cantadeiras
en la interpretación de las cantigas de amigo y las pastorelas, cuyas
estrofas paralelísticas se cantaban por dos o más intérpretes que
alternaban los versos. Hay también indicios de la participación de
mujeres cantantes o bailarinas en ciertas ceremonias religiosas, como se
deduce de un documento de la época de Fernando III el Santo que nos
informa de muchachas que dentro de los templos cantauan una cantiga
et faziam sus trebejos, y de una cantiga de Martín Codax que
nos presenta a una doncella que Eno sagrado en Vigo, / baylava corpo
velido, baile "no sagrado" que debió de tener lugar en el interior de una
iglesia o, al menos, en su atrio.
De todas las actividades de
estas mujeres, era su condición de danzarinas la que la Iglesia juzgaba
como especialmente negativa. La música y la danza, en tanto que
liberación de los sentidos, se veían como actos condenables, ya que
excitan la curiositas y la voluptas llevando
inevitablemente a los pecados de la carne. Las juglaresas son en la
mentalidad del clero medieval mujeres de mala fama que excitan a los
hombres con sus movimientos lascivos y sensuales, sus cabellos sueltos y
sus vestimentas impúdicas, de modo que se las identifica siempre con el
pecado y se utiliza su imagen para representar el pecado de la Lujuria. En el
románico tenemos una serie numerosísima de representaciones de
bailarinas contorsionistas que arquean su cuerpo hacia atrás hasta tocar
el suelo con las puntas de sus cabelleras, las cuales creo que hay que
interpretar como
representaciones de la danza de Salomé pero entendida, más que como
hecho histórico, como personificación de la lujuria e identificada con
la actividad de las juglaresas y danzaderas.
Cuando los escultores
medievales tuvieron que imaginarse la danza lujuriosa y lasciva con la
que, según la Biblia, Salomé excitó los deseos incestuosos de Herodes para conseguir la
decapitación de Juan el Bautista, no pudieron imaginar otro baile que no
fuese
el que habían visto ejecutar a las juglaresas profesionales a las que
los predicadores acusaban de ser la misma encarnación del pecado.
Así nos las presenta el leonés Martín
Pérez, en su Libro de las Confesiones (c. 1316):
“...quebrantando sus cuerpos et saltando et tornairando en doblando sus
cuerpos et torçiendo los ojos et las bocas et faziendo otros malos
gestos et villanias de amor torpe et suzio, commo suelen algunos fazer,
et semeja que an quebrantados los miembros et assi los menean commo si
los oviesen descoyuntados”.
Otras referencias nos confirman
que la contorsión de espalda era habitual y la asocian con la lujuria,
lo cual lleva a pensar que si efectivamente los escultores reproducen
fielmente las posturas, vestimentas y actitudes de las danzarinas
profesionales, el arte se convierte en un registro imprescindible para
reconstruir el espectáculo de estas juglaresas, que probablemente
comenzaba con un baile con las manos en las caderas como se representa
en un capitel de San Pedro de Melide; luego se elevaban los
brazos como en el capitel de la cripta de la catedral de Santiago, continuaba el baile doblando el cuerpo hacia atrás
como en San Miguel do Monte (Chantada, Lugo) y terminaba con una voltereta
de espaldas como en Santo Tomé de Serantes (Ourense) o en la mocheta de
la puerta de la iglesia de San Salvador de Sobrado de Trives (véanse fotos).
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Bailarina en la primera fase del
baile. Capitel románico de San Pedro de Melide (s. XII).
Bailarina en la segunda fase del
baile. Capitel de la cripta de la catedral de Santiago (ca. 1168)
Bailarina
en la tercera fase del baile. Tímpano de San Miguel do
Monte(Chantada, Lugo, ppios. s. XIII)
Bailarina en la cuarta fase del
baile. Canecillo románico de Santo Tomé de Serantes-OU. |