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Cantares de ciego
Son
numerosas las noticias, durante los siglos XIX y XX, de las actuaciones
en Galicia de ciegos zanfonistas o violinistas que recorrían pueblos y
aldeas con sus lazarillos recitando-cantando coplas y romances que
vendían impresos (pliegos de cordel). Hay también pruebas
abundantes de que sus actuaciones no eran simplemente musicales sino
que tenían características parateatrales, ya que frecuentemente incluían
diálogos entre el ciego y su lazarillo-criado, y se utilizaban en ellas
títeres,
animales adiestrados para el baile (generalmente perros) e imágenes de apoyo; grandes cartelones pintados,
denominados en Galicia
maltranas, en los que el criado señalaba al público la escena
correspondiente siguiendo el desarrollo del romance que su maestro
cantaba o recitaba [1].
Cada viñeta solía dibujar una escena del relato y debajo un texto que la
resumía, como en los pliegos impresos que los ciegos vendían en las
ferias y fiestas en las que hacían sus perfomances. Los temas de
estas representaciones eran frecuentemente sucesos de actualidad,
especialmente crímenes, amores desgraciados, adulterios y catástrofes, relatados en tono
sensacionalista. También se cantaban-representaban romances
tradicionales, y los ciegos que utilizaban
marionetas solían tener personajes
propios (Cristobal y Rosita, Pepita y Juanito…) [2], conocidos por el
público y protagonistas de historias variadas, generalmente de carácter
cómico y con abundantes peleas. Numerosos testimonios prueban que las
coplas las cantaban los ciegos ante auditorios de todos los estamentos sociales, desde
labregos y artesanos hasta letrados y curas, que utilizaban las
historias en sus sermones como casos ejemplarizantes, y ecos de sus temas
y de la técnica narrativa de sus espectáculos pueden encontrarse en el
teatro culto; por ejemplo en el esperpento de Valle-Inclán, Los
cuernos de don Friolera (1921).
El maestro de Berres
(A Estrada-PO), Manuel García Barros, recordando los años de su
niñez, describe sus actuaciones en la novela Aventuras de Alberte Quiñoi (ca. 1949):
...á
outra banda, arrimado escontra unha parede, baixo dun cartelón con
pinturas arrepiantes, cantaba un cego, serrando no seu violín. Un
pequeno, que debía ser o criado, acompañábao no canto, lendo ... no
cartelón... os cadros refrentes a eispricazón. Eran cinco: no
primeiro vía-se un rapás de mala traza pedindo-lle a seus pais dúas
pesetas; no segundo vía-se ós pais na cama i-o fillo
'desnaturalizado' serrando-lles o pescozo... No seguinte, iba o
criminal no meio de dous gardas cevís atado cunha corda, que collía
cada garda por seu estremo. E no último, que era o máis ancho,
estaba o interfeuto colgado na forca cunha coarta de língoa fóra, i
ó pé, formados e tesos, os dous gardas cevís tendo conta de que non
fuxise. O cego tremiñaba ofrecendo por dous cartos a copra...
Se ha supuesto que
estos ciegos zanfonistas y violinistas, documentados en Galicia hasta los años 70 del
siglo XX y en otros lugares de España hasta poco antes, sean los sucesores de los juglares medievales, y parece
posible ya que según algunos testimonios los sustituyeron en sus funciones, por ejemplo en el
Camino de Santiago. Blas Nasarre así lo afirma en 1749: “Los
peregrinos en cuadrillas (...), representaban al vivo los misterios de
la Religión y las historias sagradas, de cuya costumbre quedaron las
oraciones de ciegos y los autos que llaman sacramentales, (...) aun permanecen en Galicia y en algunos monasterios usos y prácticas que
lo prueban”.
Sin embargo, no hay registros documentales que
prueben esta afirmación de manera directa, ya que las noticias más
antiguas que tenemos de ciegos zanfonistas solo se remontan al siglo
XVII, y en ellas no hay alusiones a actuaciones que transciendan la
interpretación puramente musical. El documento gallego más antiguo que conozco, publicado por P.
Pérez Costanti, es un contrato de deprendis y concierto (1662) en el
que un çiego de la zona de Betanzos, Pedro de Coyro, acuerda con
el padre de un joven, también ciego, instruirle durante tres años para
deprender
a tocar o ystrumento de sanfonia, habilidad que en esa época era
probablemente una de las pocas salidas profesionales para un invidente.
Hay, no obstante, un
texto de 1592 que prueba la existencia en Galicia de zamoranos músicos
que recitaban-cantaban romances viejos y sucesos de actualidad, aunque
en él no se dice que se tratase de ciegos. El testimonio es del
jesuita P. Diego García Rengifo, nacido en Ávila pero educado en
Monterrei y gallego de adopción, ya que vivió en Galicia 42 años y en
Monterrei escribió su Arte poética:
¿Quién no ha experimentado en sí los afectos que se despiertan en el
corazón cuando oye cantar algunos de los romances viejos que andan
de los zamoranos o de otros casos lastimosos?
Arte poética
española..., Salamanca, Miguel Serrano Vargas, 1592, p. 9.
En el siglo XVII (ca. 1681) tenemos pruebas de
que se seguía utilizando la
zanfoña en las fiestas litúrgicas de la catedral de Santiago de
Compostela (el peregrino italiano Domenico Laffi en su Viaggio in
Ponente a' San Giacomo di Galitia... describe una procesión
de la Virgen y Santa Isabel, con coros de jóvenes bailando y tocando
tamboriles, castañuelas y zanfoñas, tanto en el recorrido urbano como en
el interior del templo). En este caso no se trataba de ciegos, pero
estos están abundantemente documentados desde el siglo XIX
cantando-recitando con sus zanfoñas en las fiestas del Apóstol y a lo
largo de las localidades del Camino (véanse, entre otros, los
testimonios de los hermanos Tafall y los recogidos por Pedro Echevarría
en su Cancionero de los peregrinos de Santiago).
Hay, pues, indicios de una actividad parateatral por parte de ciegos
músicos, generalmente zanfonistas, que si bien no es exclusiva de
Galicia parece que estuvo especialmente relacionada con la peregrinación
a Compostela y que, al menos en el siglo XIX, la interpretación con
títeres era considerada propia de ciegos gallegos, o asturianos y zamorano-leoneses, los cuales debieron de hacer
incursiones en Castilla, ya que así parecen probarlo testimonios
iconográficos como el cuadro de Leonardo Alenza titulado El gallego
de los curritos (Museo del Prado, ca. 1835, véase foto).
El arte prueba también la transformación de la zanfoña de un instrumento
asociado con el canto litúrgico (el organistrum medieval, surgido
probablemente como apoyo para la afinación vocal en el canto
gregoriano), en lyra mendicorum, es decir, en un instrumento
musical propio de músicos ambulantes que vivían de las limosnas o
voluntades que el público les daba por sus actuaciones. Parece que
fue a finales del siglo XV cuando las zanfoñas, debido a su timbre agudo
y al sonido repetitivo de sus bordones, fueron rechazadas como
instrumentos cultos y empezaron a asociarse con la música de las gentes
de condición humilde y las actuaciones festivas de los ciegos-juglares.
Es cierto que desde finales del XVII, y a lo largo de todo el siglo
XVIII, hubo, en Francia, un revival de la zanfoña como
instrumento noble, con carácter popularizante y frecuentemente
considerado como propio de mujeres, pero desde principios del XIX su
asociación con los ciegos copleros lo convirtió en el artefacto musical
por excelencia de los músicos ambulantes.
En el caso gallego,
el organistrum aparece mencionado en el Códice Calixtino como
rota británica o gala, y en el arte medieval lo encontramos en varias ocasiones
desde finales del siglo XII (iglesia de Portomarín, Pórtico de la Gloria, ménsula del
denominado Palacio de Gelmírez…), pero
como zanfoña en manos de un ciego haciendo una perfomance, el
primer caso que conozco es el de una miniatura del primer cuarto del siglo XIX en un
Cantoral
conservado en el
convento femenino compostelano de San Paio de Antealtares (1818, véase
foto) [3].
José Luís do Pico Orjais, planteó la
hipótesis de que algunos capiteles románicos gallegos con escenas
juglarescas como el de S. Pedro de Trasalba en Amoeiro-OU (cf. Foto),
podrían ser representaciones de ciegos músicos con lazarillo y perro,
algo que quizá sea demasiado aventurado ya que tañen fídulas y relacionarlos con los ciegos
guitarristas y zanfonistas posteriores creo que
puede ser excesivo, si bien las fídulas de arco tienen, como el organistrum,
cierta relación genética con las zanfoñas.
Por lo que se refiere
a los textos empleados y los pliegos de cordel impresos en los que se
distribuían, muestras de una literatura popular con importantes rasgos
de oralidad, nada se conserva en Galicia anterior al siglo XIX, y
resulta extraño ya que en el siglo XVIII la literatura de cordel
inundaba los mercados castellanos y portugueses [4]. Sin embargo, hay
algún texto en gallego del siglo XVIII como el
Galanteo de mozo e moza
(Ms. ca. 1750) que, teniendo en cuenta la abundante presencia
en él de deícticos, parece claro que fue escrito para ser recitado en
público como monólogo, y su temática, versificación, título, ambientación festiva y
extensión llevan a pensar que podría tener relación con los romances de ciego
.
Tenemos también
un testimonio gallego del siglo XVII que se refiere a las
Relaciones impresas que vendían los ciegos, no está claro si en
Galicia. En el Bayle de los gallegos de 1659
, uno
de los danzantes se congratula de que las victorias del ejército gallego
en la Guerra de Portugal (1640-1668) hubiesen quedado reflejadas en los
pliegos de cordel:
Ay! que
es gran gusto oír a los ciegos,
vender Relaciones de nombres gallegos.
_________________
[1] Estos carteles de
ciegos están documentados en grabados y pinturas desde el siglo XIX,
pero seguramente existieron antes y consta que pervivieron hasta el
siglo XX. Todavía en los años
50-60 del siglo XX en el Carnaval de A Coruña salía la comparsa de
Manuel García Canzobre, con sus coplas y sus pancartas en las que
se explicaban con dibujos, como en las antiguas maltranas de los
ciegos ambulantes, los temas de actualidad que los músicos satirizaban
en sus coplas (cf.
Foto).
[2] El personaje de
Cristóbal, en gallego Cristovo, acabó por dar nombre a todo el espectáculo, de
manera que en muchos lugares de Galicia era habitual referirse a los
títeres como os cristovos /cristobitos.
[3] El denominado Cantoral de
Antealtares procede del monasterio compostelano de San Martín Pinario, y el autor de
sus miniaturas fue el asturiano de Cecos (Ibias), Fr. Juan José Albuerne,
que profesó como benedictino en Santiago y fue cura de Dozón. No es del
siglo XVIII, como suele
afirmarse, sino de 1818 como se indica en el primer folio del códice: SE HIZO ESTE LIBRO
DE MISSAS SOLEMNES PARA EL CORO DE S. MARTIN DE SANTIAGO POR EL P. F.
JUAN ALBUERNE, HIJO DE DHO MONASTERIO, SIENDO ABAD SU P. DE HABITO EL P.
M. F. YSIDORO VRRIA. AÑO 1818.
[4] Una importante
colección de más de 2000 pliegos sueltos españoles puede consultarse
digitalizada en la
Cambridge Digital Library, y
otra, con más de 6000 ejemplares, en la biblioteca de la
Fundación Joaquín Díaz. Para el
caso gallego, la mejor colección (solo de pliegos del siglo XX) es la
que Alberto Bouzón heredó de su abuelo, en la actualidad digitalizada en
el marco del
Proxecto Ronsel. |
Leonardo Alenza El gallego de
los curritos (Museo del Prado,
ca. 1835)
Cantoral de Antealtares
(1818), procedente de S. Martín Pinario (fol. 172, infra)
Capitel de S. Pedro de Trasalba (1200 ca.)
La guerra del Rif
relatada en 1909 con ayuda de una maltrana en el barrio madrileño de Lavapiés.
Foto de Vilaseca en Nuevo Mundo (03/02/1910)
Comparsa de Manuel G. Canzobre con la
pancarta en el Carnaval de A Coruña de 1957 (Foto: Alberto Martí Villardefrancos).
Galanteo de mozo e moza
(Ocios poéticos del Illmo. Sr. Dn. Benito Gerónimo Feijoo,
ms. ca. 1750, Biblioteca de la familia Millán) |