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Las Penlas
Las penlas son niñas
enjoyadas y vestidas con encajes y tules blancos, que bailan y hacen
reverencias al Santísimo en la procesión del Corpus al ritmo de la
música de gaitas, tambores y castañuelas, subidas sobre los hombros de
dos mujeres robustas también vestidas de blanco y danzantes (las
burras). Estas pertenecen generalmente al gremio de los
panaderos, que según la tradición tenían este privilegio por ser los
encargados de amasar el pan, convertido tras la eucaristía en el propio
Corpus Christi. Desde el siglo XVI hay datos de la existencia de
penlas en varios lugares de Galicia, y las hubo también en
Portugal y en Castilla (pellas). La primera referencia conocida
de una pella procede del ámbito portugués (1385, Chrónica de el-rey
D. João I de Fernão Lopes), pero no en el contexto del Corpus sino
con motivo de una celebración de la victoria de Aljubarrota sobre los
españoles. En Galicia las tenemos documentadas en Santiago en 1564, en
Pontevedra desde fechas semejantes y en otras localidades como Ribadavia,
Ponteareas, Baiona, Noia o Bouzas (Vigo) en época más tardía,
perviviendo todavía en Redondela.
En Pontevedra la primera referencia directa es de mayo
de 1598, pero su antigüedad es sin duda mayor ya que en un documento
compostelano de 1570 se hace referencia a “un par de pelas al vso de
la procesión de Pontevedra de dia de Corpus Xpi”. Esta noticia
compostelana que atribuye a las penlas un origen pontevedrés
aparece confirmada por las Ordenanzas Municipales de Pontevedra
de 1550, en las que se establece la obligación de los vecinos de
acompañar al Santísimo desde que pasaba por delante del portal de sus
casas hasta el final de la procesión, y se ordena que las panaderas
llevasen en la misma “dos muchachas de doze anos abaxo que bayan
baylando en la dicha proçesion, atento que con ello se adorna la
proçesion” (fol. 8v). La palabra “penla” no se menciona, pero
parece claro que el documento no puede referirse a otra cosa.
Las noticias portuguesas de la Chrónica de João I
antes aludidas, son de gran interés porque testimonian un origen
independiente del de las festividades del Corpus. De ellas y de la
extraordinaria extensión geográfica de la práctica se deduce que las
penlas no pudieron originarse en el contexto de las procesiones del
Corpus difundiéndose a partir de una localidad de origen. Al contrario,
parece tratarse, como en el caso de las danzas de espadas, de un antiguo
baile profano del noroeste peninsular que los gremios introdujeron en
las procesiones para dar colorido a las mismas con la aquiescencia en
principio de la iglesia que cristianizó la costumbre.
Sin embargo, tal y como sucedió con la Coca y con otros
muchos juegos populares de origen medieval que acompañaban a las
procesiones, las penlas fueron desde finales del XVI objeto de
los intentos de prohibición de obispos y visitadores postridentinos,
dispuestos siempre a extirpar intrusiones folklóricas por “ser cossa
indecente” y “distraer la devoción de los fieles”.
En general las danzas, tanto las religiosas como las
profanas, fueron mal vistas por la Iglesia desde los primeros tiempos
del cristianismo. Aunque en los más diversos pueblos y culturas, y en
occidente al menos desde la época prehelénica, la danza ha sido uno de
los elementos imprescindibles de los rituales religiosos y las
ceremonias de culto, el cristianismo ha sido una excepción entre todas
las religiones por condenar, al menos de manera “oficial”, las danzas, y
considerarlas una manifestación de paganismo y una ocasión para los
excesos: “Dios no nos ha dado pies para danzar sino para caminar
modestamente” dice San Juan Crisóstomo y con él la mayor parte de
los Padres de la Iglesia, las disposiciones conciliares y sinodales y
los tratados de los moralistas bajomedievales que condenan las danzas
como forma de adoración.
A pesar de ello tenemos numerosos testimonios de la
existencia en todas las zonas de Europa de danzas religiosas, tanto en
su vertiente popular como en la estrictamente litúrgica, y en muchas
ocasiones –caso de los seises del Corpus de Sevilla, por
ejemplo– han pervivido hasta nuestros días lo que indica que eran una
práctica fuertemente arraigada. La misma reiteración de las condenas
prueba que la costumbre era difícil de extirpar, y tampoco hay que
olvidar que dentro de la Iglesia hubo siempre posturas favorables a la
danza y que sus partidarios, además de utilizar el concepto platónico de
la “música de las esferas”, contaban con el apoyo bíblico del rey David
que danzaba en torno al Arca de la Alianza, y con las numerosas
referencias veterotestamentarias a las danzas y cánticos con
acompañamiento musical con que los hebreos adoraban a Yahvé y celebraban
las victorias y los matrimonios. Como dice el Eclesiastés (3, 4)
con un argumento que tuvo notable éxito posterior: “hay un tiempo
para llorar y un tiempo para reír, un tiempo para lamentarse y un tiempo
para danzar”.
Durante algunos siglos el clero urbano y
catedralicio consideró que la celebración del Corpus, fiesta de alegría
y de triunfo, era un tiempo adecuado para danzar y permitió la
introducción de danzas populares en las procesiones e incluso en las
iglesias. Sin embargo, los nuevos vientos humanísticos y
contrarreformistas resucitaron las ideas de los primeros Padres de la
Iglesia sobre el carácter superfluo, pagano y supersticioso de las
danzas, y las prohibiciones se multiplican. En el caso de las penlas
gallegas, son numerosas las condenas a lo largo del siglo XVII (1606,
1652, 1654, 1674, 1675), prueba de que caían en saco roto y de que su
eliminación definitiva no se produjo hasta finales del siglo XVIII por
efecto de las prohibiciones de Carlos III, ya mencionadas en el caso de
las Cocas. |
Penlas en el Corpus de
Redondela
Ordenanzas Municipales de Pontevedra
de 1550, primera referencia documental de las penlas en Galicia.
Archivo Histórico Provincial |