Introducción
Dormitaba en el coro un santo chantre
y entreviendo pasar a Tudivillo
cargado de un grandísimo esportillo
preguntole: -"¿Qué llevas ahí, mal diantre?''
- ''Pues las sílabas traigo y los vocablos
que cortan en sus rezos los abates:
se los roban a Dios los botarates,
y ante Él los denunciamos los diablos...".
Francisco Rico [1]
Desde
finales del siglo XII aparece en los sermonarios europeos un exemplum que cuenta la historia de un diablo, al principio sin nombre pero
desde Guillermo de Auvernia conocido como Tintinillum, Titivillus, Tutivillus y otras variantes en el nombre, cuya función era anotar en un pergamino
las sílabas y palabras omitidas por los clérigos en las misas, en los rezos
de las Horas y en el canto
litúrgico, para luego presentar esas palabras robadas a Dios como prueba de
cargo contra ellos el día del
Juicio.
Pronto Tutivillus
amplió sus funciones, encargándose también de anotar los chismorreos (ociosa
verba, vaniloquia…) de los fieles en los templos –especialmente de
las mujeres, consideradas chismosas y maledicentes por naturaleza-. Ante el
enorme número de faltas, el demonio se veía obligado a utilizar sus dientes para
estirar el pergamino y poder escribir más en él, lo cual en algunas versiones
del exemplum da lugar a una situación cómica, ya que de tanto tirar, el
pergamino acaba por romperse y el diablo se golpea con la cabeza contra un muro
o contra el suelo provocando las risas de quienes podían verlo.
Desde el siglo XIX se
le ha venido atribuyendo también el rol de intentar distraer a los amanuenses en
los scriptoria medievales para provocar sus errores, lo que
proporcionaría una excusa fácil a los copistas –y más tarde a los impresores-
para justificar las erratas, de las que Tutivillus sería siempre el responsable. Ya he
señalado en algunos trabajos sobre el asunto que esa faceta de Tutivillus no
aparece mencionada en los textos medievales ni se encuentra en el arte de la
Edad Media, y que es una creación francesa de la segunda mitad del siglo XIX a
partir de una asociación de ideas de Victor Le Clerc difundida en los
diccionarios de la época y popularizada por Anatole France. Sin embargo, en la
actualidad es un tópico considerarlo como el demonio patrón de los escribas e
impresores, y el tópico es difícil de desmontar porque es verosímil y enlaza
con una antiquísima tradición que atribuye a los demonios habilidades como
gramáticos y escritores y los asocia con los libros.
Los exempla medievales de Tutivillus conectan con una creencia que viene de los orígenes del
cristianismo (
Apocalipsis de Juan y Sofonías, y Sermón sobre la Encarnación
de Proclo de Constantinopla), la cual
sostiene la existencia de Libros de la Vida en los que ángeles y demonios
van anotando las obras buenas y los pecados de cada ser humano para presentarlos tras su muerte como prueba en el Juicio del Alma. Sin embargo, en ninguno de
los más de cien textos de los siglos XII-XVII en los que se menciona a
Tutivillus o su leyenda, hay la menor referencia a su actividad como confundidor
de escribas y parece claro que, al menos en la Edad Media, nadie lo consideró
patrón de la caligrafía, ni en el Renacimiento fue demonio de impresores como
desde el siglo XIX hasta nuestros días se ha venido afirmando.
Tutivillus aparece por toda Europa en la literatura medieval, especialmente en la homilética, en el teatro y en el arte. Su popularidad se extiende hasta el siglo
XVII y todavía en los siglos XVIII-XIX pueden encontrarse algunos casos.
Tanto en la literatura como en el teatro, Tutivillus actúa en ocasiones
acompañado de otros demonios que incitan a los fieles a la maledicencia y anotan faltas y pecados que luego reportan a Tutivillus,
quien los incluye en un informe general (cf. los frescos suecos de Linde y Bäl). En la
Summa Predicantium de John Bromyard, por ejemplo, aparece acompañado por Grisillus, que se encarga de apuntar las palabras omitidas por los laicos
mientras que Tutivillus se concentra en las de los clérigos, y en la
Stanza
on the Abuse of Prayer de John Audelay (ca. 1426), Tutivillus incita al
pecado y quien se encarga de escribir las faltas es su compañero Rofyn.
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[1] RICO, Francisco, "Noch Einmal Mester es sin pecado”, en: Archivum. Revista de
la Facultad de Filología, Universidad de Oviedo, vols. LIV-LV (2004-2005),
pp. 391-392. Apud Jaques de Vitry.
Julio I. González Montañés
jgmontanes@gmail.com